UN VIEJO LLENO DE SABIDURÍA Y POBRE DE AÑOS

….preguntarle la edad a un anciano, es vana sabiduría de reportero”.
Valentín

Hoy encontré al hombre más viejo del mundo. Y lo supe, no por su rostro palidecido de arrugas, sino porque tenía una sonrisa que lo delataba por la vida. Todo hombre viejo se cree el más viejo del mundo, y remolca una fe de años de reírse de sus cuentos. Cuando dos hombres viejos se cruzan, no parecen reconocerse, sonríen y mutuamente se señalan de más viejos. Este viejo ni siquiera me reconoció en su sonrisa.

No parecía afanarse por la vida, y daba cada nuevo paso de cada nueva vivencia, como si tuviera todo el tiempo del mundo o como si tuviera controlada la virtud de la paciencia. A su paso la velocidad de la luz parecía detenerse por la lentitud con que lo hostigaba.

Y ocupaba su tiempo como el volumen en el espacio, en horas que simulaban minutos y en días que apenas parecían horas. Y corría con la velocidad de un caracol recién nacido, como si aún quedarán mares por navegar. ¡ La edad de los viejos debía medirse en mares ¡. Y no parecía enredarse con el tiempo, cual si hubiese aprendido a manejarlo en el reloj de arena de su corazón de piedra.

No pude saber su edad, a pesar de que la indagué en unos ojos cetrinos diurnos, acostumbrados a la oscuridad de las preguntas de los hombres. Hablaba con la claridad del agua de manantial, y barbotaba como peña recién golpeada, con esa resonancia perdida de años de estar predicando en el desierto.

Un viejo tiene la misma edad de un recién nacido, con la única diferencia que el último nació esta mañana, y el primero, ayer. Así que preguntarle la edad a un anciano, es vana sabiduría de reportero. A un viejo se le debe preguntar la hora.

No pude saber de su sabiduría, porque nuestro encuentro fue tan frugal y nuestro mirar tan estudiado que no sé si me quedé con una enseñanza nueva por aprender, o si dejé en su corazón una vieja inquietud por escudriñar.

Ya se me ha perdido en la memoria el recuerdo, pero hoy aprendí que la vejez no tiene que ver con la edad que se ha vivido, sino con los años que quedan por vivir.

Lo bueno de todo esto es que sé que el reloj del futuro no se ha inventado, y los años que quedan por vivir los puedo medir en días que lleno enseñando la forma de vivir los años. Ya no diré como el filósofo que nada sabía porque sabía que nada sabía, sino que si sé que el final no se ha inventado y hasta no inventarlo no vendrá. Lo mejor del futuro es que no ha llegado, no lo esperemos. ¡ Que viva la vejez, carajo ¡


No hay comentarios.: