CAMINO DE FEDERICO
El genio es eso, necesidad de sembrar en alguien el germen que no deja dormir. ¡ Qué rostro más angelical cubriría la faz de nuestro filósofo en reposo, luego que sus jornadas del pensamiento habían logrado penetrar la memoria del mundo ¡.
Estas reflexiones acosaban al maestro, cuando de entre la multitud que se desplazaba urgida, surgió una dama, algo años y algo alocada, que arrebujándose a sus pies así le dijo:
Maestro, acabo de ver a Dios, y necesito con urgencia que alguien escuche mis visiones, sin preguntas y sin respuestas.
El maestro sin inmutarse, calladamente, así escuchó a su interlocutora, que parecía querer deshacerse de una víbora que le estrechaba la memoria.
La mujer se había sentado a oír a Dios, durante horas, durante días, durante meses, durante años, y su pensamiento más que su voz aún resonaba en su memoria. Pero no le preocupaban sus pensamientos, ni sus enseñanzas, ni sus recomendaciones, le preocupaba su salud. Dios huía de este mundo, parecía aburrido, como desencantado de su creación, y corría a buscar otros estadios, otros mundos menos inmunes a Dios.
Inmune a la muerte, la mujer reposaba ahora a los pies del maestro, con el mismo rostro angelical que cubría el rostro de Federico cuando consideraba feliz que tuvo alguien que sufrió sus discursos.
Al atardecer la policía recogió el cuerpo de la mujer, que nunca logró recuperarse del estado de postración a la que la llevó su desmesurada atención. En su corpiño encontraron, una perfumada hoja de papel, en la que un autógrafo clamaba: con todo aprecio, Dios.
El maestro caminó pensativo hacia la noche, pensando en el corro de personas, que de a una, día a día, u hoy a hoy, captaban sus enseñanzas de papel, en un mundo que se quedó sin dioses de papel y sin superhombres.