Los encuentros, son sólo eso: encuentros

Los dos diamantes parecían reales, los dos diamantes parecían imaginarios. Mi primera realidad fue el pino medio seco medio verdoso, a cuyo pie los encontré esta mañana.

El diamante más feroz guardaba ineficiente en su interior la letra M. El diamante menos carismático y más lustroso, dejaba entrever en su estómago de cristal la letra B.

Las letras nos sugieren nombres, así como los números nos indican cantidades, y los símbolos señales de ultratumba. Dios en cambio es una letra, un número y un símbolo.

El color en las cosas también sugiere ideas, y los dos diamantes a diferencia de la realidad, tenían el mismo color, un color acuoso, de gemelos. Lo que se repite en la naturaleza es infinito, de ahí que el color inimitable para todo es el infinito, o su hermano, la antimateria.

Entonces lo supe, en un arranque de fortuna, ¡ la temperatura ¡. Si, la propiedad externa de las personas y las cosas por medio de la cual se conocen los interiores de las personas y las cosas, es la temperatura.

Y tomando los diamantes en mis manos, la B en mi derecha, y la M en mi izquierda, noté tenuemente que cada uno sufría una temperatura diferente. Sí, la temperatura se sufre, como la falta de ella luce, es la ley de la temperatura.

Mientras la B parecía cálida y jugosa, sin rastros de rostros, la M en cambio parecía gélida y desatinada, con rostros de rictus. A simple vista prefería la B a la M, aun cuando sus colores atraían como en un pecado venial a hurtadillas, su temperatura invitaba a pecar de la M a la B.

Entonces decidí pesarlos, primero los dos, luego de uno en uno, y pude percibir en mi gramera analógica, la levedad de la M contra cierta proclividad de la B. Al fin una segunda diferencia, el peso. Pero la levedad y la proclividad, como tales, no definen partidas, y en nuestro mundo de realidad la diferencia no daba ni siquiera la posibilidad de señalar la diferencia como género: el sexo.

Ya cansado de mi deambular mental, tardío en la noche que se acercaba incesante, opté por la formula racional que siempre le ha producido al hombre los mejores resultados: ¡ el acaso ¡. Sí, la formula de Jesús y Pedro y los otros diez, dejar rodar las piedras. Y aprovechando la pendiente, tome los dos diamantes y los hice rodar ladera abajo. ¡ Su correr por el mundo de la realidad debía indicar las cualidades que adornaban su interior ¡.

Y a fe que rodaron mis diamantes con tal fruición, que tuve que aguzar mi ceguera del día para tratar de encontrarlos en las tientas de la noche.

Con gran suerte encontré primero la B, que rodó con señorío y donosura, y posada al pie de una anciana que dormitaba un sueño de nunca acabar, aleteó su temperatura cálida para que lo dejará hacer. Supe sin querer, que aquella B interior, más que con el Bien, se acercaba a lo Bueno, y sus reflejos ambarinos señalaban la Bondad.

Corrí en busca del otro diamante, Y a fe que rodaron mis diamantes con tal fruición, que tuve que aguzar mi ceguera del día para tratar de encontrarlos en las tientas de la noche.

Y lo pude percibir cerca de la casa de un perro guardián, que al ruido de la caída de la piedra despertó y olisqueándola la echó fuera de sus predios. La piedra nerviosa continúo su rodar y rodar, hasta que la perdí de vista, y pude notar en su caída insostenible, como su color cambiaba hasta la sudoración.

Y sólo entonces supe que aquella piedra que así se volteaba y corría cual alma que lleva el diablo, en su interior solo llevaba un Miedo que corría sin parar, y que la acompañaría por siempre en su carrera de afán sin saber que la sombra que le seguía era la misma sombra de su miedo exterior.

Aquel día aprendí sin temores económicos, que mientras la bondad corre por doquier sin sobresaltos añadiendo vida a la vida, el miedo huye por ahí despavorido, temiendo hasta de su propia sombra.

Si en lugar de hacer rodar los diamantes para que hicieran su propia vida los hubiera guardado en mi morral de calle, seguramente hubieran dormido el sueño de los justos por todo el tiempo que hubiera transcurrido para recordarlos, o seguramente hubieran despertado pronto ante la necesidad urgente de intercambiarlos por comida.

Es mi obra de caridad del día, no conmigo, sino con la naturaleza. Tengo el mismo sentido vital de las hormigas, prefiero la madera. Y me tendí tardío junto al mismo pino desgarbado, que me dio el tema de esta nota.

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