El tiempo juega a los dados

¡ A veces la inmortalidad no parece real si no hace fuego en nuestro corazón de tela ¡.

El prestidigitador parecía un triunfador, pues su rostro de realidad se adelantaba un segundo a la realidad de miedo de sus observadores. Aquella tarde, frente al semáforo jugaba con fuego, y a nadie parecía importarle. ¡ A veces la inmortalidad no parece real si no hace fuego en nuestro corazón de tela ¡.

Los carros se arremolinaban igualmente tras el semáforo, y los cambios de luz les parecían minutos y horas, medidos en el reloj de afán de los conductores, que sin darse cuenta cambiaban vida real por vida de colores.

¡Y la realidad del instante parece cambiar, cuando la vida granea segundos a la mazorca de la vida o cuando el instante roba segundos al relámpago¡. El prestidigitador iniciaba una danza del fuego cada vez que la luz indicaba rojo, cuando los ojos apurados de los conductores abrevaban en la espera ordenada del tráfico incesante.

Y en un santiamén de miedo encendía un leño y lo lanzaba al aire, y encendía uno más, y otro y otro, en una sumatoria de leños en el aire, que se multiplicaban con la altura y que iluminaban con fuegos los ojos despavoridos de los conductores que ya no podían quitar los ojos de esos fuegos fatuos que bailoteaban sin descanso.

Alcancé a contar diez leños cabrioleando en el espacio, donde cada uno de ellos describía una elíptica impecable sobre un eje imaginario que coincidía con el corazón del artista lacerante.

De la misma forma relampagueante como los leños se encendieron, cada uno de ellos se fue apagando en ese universo improvisado, y los ojos avizorantes del público cautivo pudieron observar por fin el rostro sudoroso del danzante. ¡Un negro chocoano, sin camisa y enfundado apenas en unos pantalones que nunca fueron suyos, babeaba una sonrisa sin miedo que si era suya, y empuñaba un sombrero vueltiao que pasaba por entre los carros a la espera de la limosna que le permitiera segur con vida para seguir con el espectáculo¡.

Terminada la función se recostaba en el semáforo hasta ver pasar su audiencia, en una espera que era de minutos, pero que fue de horas si sumamos todos los afanes avasallados por el fuego.

Aquel hombre de color, sin querer había regalado vida de color, a muchos transeúntes de vehículo, que quizás desprecien a un negro de fuego, que marcó con un minuto de leño sus vidas de carreras. ¡Aquella inmortalidad de segundos alimentó la vida de una persona, que por unas monedas fue capaz de armar una tormenta en un vaso de fuego, pero igualmente robó a su vida horas de vida si sumas cada minuto de vida de las vidas que estuvieron expectantes¡.

Cuando hablas a más de una persona, sea dos, el tiempo que tomas de los demás es el doble de tu tiempo, en una aritmética donde uno es igual a dos. Y no pensemos si son más de dos, porque se dará el caso del prestidigitador que rompiendo todas las matemáticas en repetidos espectáculos se quedará con todo nuestro tiempo. Algún día dios facturará a ese tiempo el IVA.

¡Perdónenme su tiempo, amigos, pero cual prestidigitador, en mi sombrero he encontrado mas que monedas, su tiempo¡.


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