Del hambre en el hombre con hambre

El presidente estaba loco. Era fácil decirlo luego de oírlo en su perorata vespertina. Era difícil no decirlo al verlo arribar de su recorrido matutino.

Aquella mañana prometió lo único que todos queríamos oír desde el primer día de su campaña. Todos terminamos mirándonos, en una complicidad increíble, tratando de creer lo que los oídos escuchaban.

¡ Amigos, hoy inauguro para siempre, el día del hambre, dijo, en un gesto de llenura. ¡ Qué magia increíble que alguien pueda complacer a los pocos que lo tienen todo sin afectar a los muchos que no tienen nada ¡.

Pavoneado de todos los días inventados, desde el día de los presidentes hasta el día de la madre, desde el día de todos los santos hasta el de ningún santo, inaugurar el día mundial del hambre era la culminación de una gloria inmarcesible. ¡ Era tanto como sentar al lado del soldado desconocido la estatua del soldado conocido ¡

El presidente estaba loco y sus súbditos celebrábamos con la razón los pecados del estómago.

En la ley de la república que estableció el día del hambre se especificaba sin jurisprudencia de embeleco, que la orden se iniciaba a las doce de la noche del día A hasta las doce de la noche del día B. Aquel día supimos la gloria de haber aprendido el alfabeto en un país de analfabetos.

El hambre en el país empezaba a desfallecer ante la arremetida de un presidente que la había sentido de cerca, la mañana de domingo que no pudo desayunar a las 7 de la mañana. ¡ Aquel día supo lo que era el hambre, y prometió hacérsela sentir únicamente a sus enemigos ¡

El primer día de hambre en su país fue todo un éxito. ¡ No hubo necesidad de derrochar millones, sólo sentir lo que sienten los que lo tienen todo ¡. El ayuno total era la mejor manera de combatir el hambre generalizada.

La única vez que vi a un presidente aclamado de verdad sin los rigores de séquitos que promueven los vítores de rigor, fue aquella noche al final del día del hambre.

Al día siguiente ante sus ministros, prometió que el país tendría más días de hambre. Y nuestro presidente no era una persona de promesas, cumplía largamente lo prometido.

El presidente estaba cuerdo la tarde de julio en que entregó el poder, cuando sus súbditos locos de hambre le exigieron con el puño en alto más días de poder.

Había logrado pausadamente pasar del día de hambre, a la semana de hambre, al mes de hambre, al año de hambre, al gobierno del hambre. Nunca ningún gobierno había logrado tal consenso en un tema tan álgido, ¡ el consenso vital sobre lo inevitable, el hambre ¡.

En nuestro país todo dio al traste la siguiente tarde de agosto, cuando un burgomaestre desconocido, subió al poder con el cuento de hadas del día sin hambre.

Era más fácil repartir el hambre que estaba silvestre en todos los rincones de la patria, que repartir viandas a granel en un país edénico donde estaba todo por inventar.

A los cinco días de fallidos días de hambre, el burgomaestre resolvió remediar el problema repartiendo bendiciones diarias por televisión. Aún quedan cajas por ahí.

El presidente que inventó el hambre estaba loco cuando neutralizó el hambre con la única vacuna que sanaba el hambre: el hambre. El burgomaestre que intentó erradicar el hambre estuvo cuerdo hasta el día en que empezó a repartir bendiciones.

El hall de la fama los tendrá a los dos para engrandecimiento de la historia. Ninguno de ellos sobrevivirá para contarlo, ¡ el hambre es traicionera ¡.

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