La fe anda de paseo

Cuando el hombre antiguo, por no decir el primer hombre, sintió la necesidad de Dios, creó la fe. Y cargó con ella por todos los caminos y vericuetos del mundo recién creado, hasta hacerla su dulce compañía.

Cuando las cosas se mostraron aciagas, y el cielo ennegrecía su rostro, y los semblantes de los demás se purpuraban, entonces el hombre neolítico echaba mano de su penúltimo argumento, y lo intentaba todo con fe de carbonero.

Cuando la ciencia tocó a la puerta del hombre curioso, y éste intentó descubrir la Gravedad del Tiempo con termómetros de Luz, y la soledad del universo con Quantos de elementos que viajaban sin cesar, entonces el hombre enterrado en su laboratorio no salió de allí hasta cuando un holograma de fe le permitió sentar teorías de nuevos elementos presentidos. Y nacieron los presentimientos.

El hombre común se ha despistado de la fe habitual, y la ha reemplazado con música atronadora, bailes incesantes, prácticas deportivas y dosis personales.

El hombre viejo quiso solucionar los despistes del hombre emocional, y para suplantar la fe creó más leyes. Hoy el hombre camina caminos de deberes y derechos, en tal magnitud y con tal proficuidad, que la fe ciega de antaño se convirtió en la fe atómica de un juez asalariado que pesca fallos en resoluciones digitales.

Entendamos hoy que el hombre desmemoriado ha perdido el rumbo, que el chip del hombre racional ha ido desgastando el rastro, que las leyes del hombre virtual suplieron las leyes naturales, y que la fe enredó su andar con las últimas flores matemáticas.

Devolvamos a la fe su carácter incesante, y con fe nuclear, deambulemos por estos caminos de dios, con la fe resucitada, y un código de cinco leyes bajo el brazo. Lo demás, a la desmemoria.

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