DESDE MI MULTITUD

La multitud corría despavorida y pude observar en sus rostros un rictus de felicidad. La corrida de toros había estado para alquilar balcón, y la ebriedad estaba lejos de terminar.

Hablaban a borbotones, todos al mismo tiempo, y parecían entenderse perfectamente. Los admiré porque habían aprendido a vivir el presente, y el mañana no existía en sus rostros enrojecidos.

Al final de la noche, cuando volví a cruzar por la plaza, ya no había multitudes que corrieran despavoridas, sino cuerpos regados por doquier aniquilados al olé del alcohol y los excesos.

Yacían diseminados por todas las aceras, cual alfileres de algún olvidado sastre, alfileres para los cuales la cabeza no era lo más importante.



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