UN PUEBLO QUE NO COME CUENTO

Un día de noviembre de finales del siglo veinte, un político decidió escribir de su puño y letra, las bondades y milagros de una nueva constitución nacional, y sin pereza la envió en hojas de cuaderno, a todos los rincones de su país nacional.

Estaba escrito en tan sencillos y polvorientos términos, que hasta los analfabetas pudieron darse el gusto de oír lo allí escrito. Cada artículo era una invitación a la vida, y cada ley era un reconocimiento a la existencia. La alegría por vivir se destilaba en cada parágrafo. Nacer era un cántico al cielo, y morir era una negación para ser borrada. La naturaleza campeaba sin restricción, y hasta los animales ocupaban sitiales territoriales de vida y de alimento. La muerte parecía un engendro del pasado y un chiste garciamarquiano..

No hubo lugar del país que no recibiera el mensaje. Hasta el villorrio inexistente en los mapas del país, tuvo la suerte de recibir el mensaje.

Una comunidad desconocida entre las mil montañas que conforman el país, se dio a la tarea de leer el mensaje, de estudiar el mensaje, de asimilar el mensaje, y en plenaria campestre, decidieron aceptar los términos de la constitución ofrecida, y así le contestaron al político:

-Señor, nos complace aceptar los términos de la constitución ofrecida, y estamos en todo dispuestos a acatarla, aceptarla, y disfrutar de todas sus derechos, para lo cual rogamos a su señoría fije la fecha para su cumplimiento.

El político, confundido y asustado del efecto del mensaje enviado, contestó a la comunidad en estos términos:

-Señores. Agradezco la respuesta a mi mensaje, pero quiero aclararles que el mensaje que se les envió es sólo un escrito que contiene la constitución nacional del país, y que para su aplicación se requiere que se utilice el poder policial, el cual para su actuación requiere del uso de los juzgados promiscuos, los juzgados del circuito, los juzgados municipales y las inspecciones de policía. Por tanto les ruego, se apoderen de abogados debidamente instrumentados, para hacer aplicar la ley.

Al recibo de la respuesta del político, los pobladores del villorrio, al unísono, contestaron en los siguientes términos:

-Señor. Al principio nos negábamos a creer lo que leíamos, y creímos lo que leímos. Pusimos a su servicio toda nuestra capacidad de asombro, y nos preparamos para su cumplimiento. Hoy que usted nos pide rectificación, nosotros le contestamos que nos ha herido en nuestra credibilidad, que dudamos de todo lo escrito, que no volveremos a creer en los mensajes caídos del cielo, y que a partir de hoy no volveremos a creer en los políticos.

Desde la fecha, PUEBLO INCRÉDULO aparece en los listados del Dane como un pueblo malicioso, receloso político y carente de religiosidad. En lugar de iglesia, como todos los pueblos, han erigido un monumento rupestre a la realidad: un cementerio político.

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