LA CABEZA DEL EXPRESDIENTE


El expresidente movió su cabeza, como si algo molestara sus pensamientos.

No supo si algún día los tuvo, pero si sabía que le molestaban como para mover la cabeza. Por eso sus familiares siempre calificaron su estado de ánimo por la manera de mover la cabeza.

Y la suya era una cabeza visible, que siempre se destacó en la lontananza por su tamaño descomunal. Hasta Diógenes hubiera musitado algo al respecto, porque la sombra que propiciaba era ancha, larga y longeva.

A todas estas, el expresidente conmovedoramente movía la cabeza, porque ya no recordaba de qué carajos había sido presidente.


MI PERIÓDICO

Ayer salí a comprar el periódico. No me interesaba un periódico en especial, ni una noticia en especial. Quería el periódico para leer, como lo usan todos las personas que compran un periódico.

Por doquier los periódicos conservan formatos parecidos, y sus noticias son parecidas, para no decir iguales, por tanto, unos y otros traen las mismas imágenes desgreñadas y los mismos rostros borrosos bajo bultos de tinta que se adhiere a las prendas más íntimas: las manos.

Mi búsqueda se centraba en un periódico que no tuviera algo. Sabía que no podía encontrarlo sin hacer la pregunta compleja, pero seguí en su búsqueda indagando con la mirada.

De mucho caminar y huronear por entre los puestos de revistas, al fin lo encontré. Hallé lo que buscaba. Un periódico que se auto proclamaba HOY.

Qué alivio. Después de tanto buscar lo que quería, había podido toparme con un periódico como lo había soñado. Y traía en caligrafía ausente, lo único que quería que no trajera: la fecha. Simplemente que dijera HOY.

Qué regusto, al fin un periódico que no traía fecha, y como su nombre lo declaraba, únicamente HOY. Y pensé entusiasmado, que de la misma manera como sirve para leerlo HOY, me servirá para leerlo mañana, y pasado mañana, porque siempre será HOY.

El día que los periódicos dejen de estampar la fecha en sus hojas de noticias, el mundo respirará aliviado, porque habrá menos noticias viejas, menos noticias nuevas, y todas las informaciones parecerán completamente nuevas, fresas recién estampadas por la imprenta, como nos gustan las noticias, como si recién nos levantáramos al mundo, y la memoria popular por fin descansará del control del TIEMPO.


VALOR y MIEDO en Transmilenio


Cuando VALOR y MIEDO se encontraron en el Transmilenio, no pudieron reconocerse de inmediato. Cada uno miraba por su lado, y ambos coincidían en su ensimismamiento.

VALOR llevaba puesto un traje a la moda televisiva fanfarronesca, de vivos colores. MIEDO en cambio gozaba de un traje blanco, que hacía color con su mente siempre peripuesta a los acontecimientos hostiles.

Cinco minutos en el interior permitieron a cada uno desplegar su subjetividad. VALOR había logrado por cuenta propia atrapar valerosamente a un individuo que había teóricamente birlado un celular a una dama viajera. MIEDO, por su parte, yacía tembloroso colgando sudoroso de la mano justiciera de VALOR.

Al final, los dos polos de una misma enfermedad ciudadana, se reconocieron, se saludaron jubilosos, y corriendo de la mano presurosos, descendieron en la siguiente estación, concluyendo vivamente que las personas se toman las cosas muy en serio.

No quedó la misma sensación en el interior del Transmilenio.


LA NUEVA PROFESIÓN

La profesión más antigua del mundo peligra en su quehacer, con la nueva profesión nacional.


Se empezó a colar en la vida nacional, de manera tan benigna, que nunca se pensó que llegara a constituir un empleo nacional.


En cuestión de salarios, la nueva profesión no tiene nada que envidiarle a la primera. La nueva tiene fácil acceso, vacantes a granel, y con disponibilidad de plazas en todo el país.


En similitud con la primera, no se requiere experiencia, y parece que entre menos se tenga, mayor probabilidad de enganche existe.


A diferencia de la primera, la nueva exige tiempo completo. Y la mayor despreocupación de todas: no se necesita indumentaria, porque la nueva profesión trae dotación propia. Aun cuando pensándolo bien, esa dotación es algo impropia.


La nueva profesión que entra tirando es la de guerrillero, con campus propio, universidad propia, equipo moderno propio, y territorio propio.


Aquí entre nos, la nueva profesión nació un cercano día cuando a un Dr. Reyez, representante legal de los ilegales, no le volvió a sonar lo del acuerdo humanitario, al ponerse a pensar qué sería de su vida retirado de la guerrilla, cuando era lo único que había aprendido a hacer, y que había aprendido a hacer bien.


Definitivamente la profesión de guerrillero no tiene nada que envidiarle a la vieja profesión, por cuanto tienen en común que son a escondidas, onerosas, inhumanas e igual de peligrosas, aun cuando muy bien pagas, pero regodea un feroz regusto sangriento que hasta hoy no exhibe la profesión más vieja del mundo.


EL IMPUESTO QUE FALTABA



La reflexión de hoy tiene que ver con nuestros gobernantes. Sólo a ellos, y a nadie más que a ellos debemos el estado actual de nuestras economías.

Las fuentes de los ingresos gubernamentales están representadas en impuestos a todo. Existen impuestos a la gasolina, al gas, a los servicios públicos, a las ventas, a las compras, a la vida, a la muerte, al consumo, al aseo, al deporte, a la obesidad, a la lectura, y muy pronto el impuesto a la reflexión.

Hay un impuesto al cual el gobierno nunca le ha metido muela, y es quizás por su preocupación en cobrar los otros impuestos. Y es un impuesto cuyo monto y recolección llenaría platónicamente sus arcas.

Y es un impuesto sencillo, cobarde por lo inicuo, cobrable en cada oficina pública, en cada andén, en cada callejuela, en cada ciclorruta, en cada tugurio, en cada mansión de potentado, en cada semáforo, en cada callejón, en el pequeño caserío, en el monte, en la selva, en la gran ciudad.

Es un impuesto a la mayor de nuestras manufacturas: el crimen. Y por favor, no solo al crimen organizado, sino a todo tipo de crímenes, para ver si finalmente los entramos en cintura.





DE LA ENVIDIA


Hay un chip florido que todos llevamos dentro, y que sólo exhibimos cuando estamos solos. Y nunca estamos solos.

Es la inferioridad. Aparece cuando menos se espera, y casi siempre cuando menos se la desea. Pero allí está, cadavérica, entre nuestros abalorios.

Brota la inferioridad como las flores de mi jardín ? Sí, pero sólo como las flores de un solo día.

Y tiene algún color raro ? No, se le conoce porque tiene todos los colores, y su nombre cientifico es la ENVIDIA.

Cada vez que la flor de la envidia ilumina nuestros rostros, sólo en ese momento, nace nuestra infelicidad, nuestra inferioridad.

Si queremos sentirnos igual a todos los mortales, talemos desde hoy la flor de la envidia, que al igual que otras flores, también crece en nuestros jardines.

Y no nos preocupemos por cómo se sientan los demas mortales, de seguro que en sus jardines no brotan flores de color raro. No importa que no sea seguro.



LIMITANDO LAS LIMITACIONES


La mayoría de edad en el ser humano no parece tener límites bien definidos. Mientras para algunos pedagogos representa una cifra quimérica a partir de la cual todo sucede, para otros sabios es una cifra mítica hacia la cual se cabalga sin nunca acabar. Para los niños en cambio es un embeleco de los mayores de edad. Edad establecida para la mayoría de edad en milenios: 21 años. La naturaleza sigue sus leyes, el hombre las suyas.

Y la cifra de la modernidad, antes que ampliarse hacia el infinito, parece correr en retirada y a la deriva, acercándose peligrosamente a la hora del alumbramiento. Y la única noción ocurrente parece ser la reglamentación nacida de la experimentación. Edad discutible establecida para la mayoría de edad por años o semestres: 18 años, 17 años, 16 años, 15 años, etc.

Hoy la mayoría de edad no está regida por el sentido de la naturaleza, la racionalidad y del sentir común, sino por la ley de la ingravidez.

Mientras la ley de la gravedad gravitó sobre el hombre, la racionalidad sobrevivió incólume. Hoy es otra ley la que pesa sobre la ley de la gravedad, es la antigravedad. Corremos desesperados hacia la antimateria como cuando buscábamos desesperados un dios a quien entregarnos.

Si me preguntáis cuándo está el hombre en presencia de la mayoría de edad, solamente podría susurrar argumentativamente que a partir del momento en que el hombre logra el conocimiento y dominio de sí mismo. Edad a establecer: la vida, y la vida no tiene edad.

Y solo entonces estará permitido al hombre dudar de todo y de todos, despreciarlo todo, y perdonarlo todo. ¿ Sientes tu mayoría de edad, como para intentarlo ?.

Hoy existen colegios y liceos desde donde venden la mayoría de edad. Algunos jardines se disputan la primogenitura en tales menesteres. Las hileras y sobrehileras de candidatos, alcanzan a dar varias vueltas a la manzana.

Dejad que el hombre descubra por sí mismo su mayoría de edad; es posible que nunca la alcance, es posible que no exista, es posible que sea otro de nuestros inventos sórdidos como la fe, pero dejemos de marcar los compases de una melodía que ya no resuena sino en la memoria.

Si fuera por la mismísima juventud, ellos fijarían la mayoría de edad en los sesenta años, y tienen mucho de razón y mucho de sentido común. A todas estas, ¿ para qué sirve la mayoría de edad ?. Aquí como en la creencia popular, la verdad solo la revelan los niños y los borrachos.




PARA SER FELIZ

Era de día. Quizás más día que todos los días. Era lunes. Y el maestro no pudo dejar de esbozar una sonrisa.

Y escuchó la pregunta como si aún no lloviera: ¿ SE PUEDE SER FELIZ en algún momento, Maestro ?.

Y aún sin contestar, respondió sosegadamente, como si hablara para sí: SÓLO HAY UNA FORMA PARA LLEGAR A SER FELIZ, Y ES ESTANDO DISPUESTOS TODOS LOS DÍAS A SER FELICES.

Ante la mirada incrédula de sus oyentes, remató su frase así: Estando dispuestos todos los días a ser felices, es inevitable no serlo alguna vez.

Y huyó con su receta de felicidad incrédula a otra parte.